Wakefield y otras alegorías
Nathaniel Hawthorne
Selección y prólogo de Ezequiel Vottero
Trad.: Lelia Chiapero, Paola Azcoiti, Gervasio Fierro, Gastón Navarro, Malena Zubizarreta y Julia Sabena.
“…alegorías: esa palabra es importante, quizá imprudente o indiscreta, tratándose de la obra de Hawthorne.” (J.L.Borges)
Nathaniel Hawthorne -admirado por Borges, Poe, Melville- compuso una obra imprescindible en la literatura norteamericana. Sus cuentos indagan conflictos morales de su sociedad mediante un estilo marcado por la ensoñación imaginativa y la pintura de las pasiones humanas.
Wakefield es el nombre del protagonista del primer relato, que se despide de su esposa por unos días y vuelve recién veinte años después, después de haber vivido ese tiempo a la vuelta de su casa, atento a lo que sucedía en ella en (o con) su ausencia.
Este volumen ofrece nuevas traducciones originales. Con selección del profesor Ezequiel Vottero, reúne aquellos cuentos en los que hay un abordaje alegórico de los conflictos, que manifiesta esa afición del autor mencionada por Borges “a la noción panteísta de que un hombre es los otros, de que un hombre es todos los hombres”.
Hawthorne nació en 1804, en el puerto de Salem. En esa vieja y decaída ciudad de honesto nombre bíblico, Hawthorne vivió hasta 1836; la quiso con el triste amor que inspiran las personas que no nos quieren, los fracasos, las enfermedades, las manías; esencialmente no es mentira decir que no se alejó nunca de ella. […]
Su padre, el capitán Nathaniel Hawthorne, murió en 1808, en las Indias Orientales, en Surinam, de fiebre amarilla; uno de sus antepasados, John Hawthorne, fue juez en los procesos de hechicería de 1692, en los que diecinueve mujeres, entre ellas una esclava, Tituba, fueron condenadas a la horca. En esos curiosos procesos (ahora el fanatismo tiene otras formas), Justice Hawthorne obró con severidad y sin duda con sinceridad. «No sé si mis mayores se arrepintieron y suplicaron la divina misericordia [-dijo Nathaniel-]; yo, ahora, lo hago por ellos y pido que cualquier maldición que haya caído sobre mi raza, nos sea, desde el día de hoy, perdonada.» […] Cuando el capitán Hawthorne murió, su viuda, la madre de Nathaniel, se recluyó en su dormitorio, en el segundo piso. En ese piso estaban los dormitorios de las hermanas, Louisa y Elizabeth; en el último, el de Nathaniel. Esas personas no comían juntas y casi no se hablaban; les dejaban la comida en una bandeja, en el corredor. Nathaniel se pasaba los días escribiendo cuentos fantásticos; a la hora del crepúsculo de la tarde salía a caminar. Ese furtivo régimen de vida duró doce años. En 1837 le escribió a Longfellow: «Me he recluido; sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir.» […]
Hawthorne se casó en 1842, es decir, a los treinta y ocho años; su vida, hasta esa fecha, fue casi puramente imaginativa, mental. Trabajó en la aduana de Boston, fue cónsul de los Estados Unidos en Liverpool, vivió en Florencia, en Roma y en Londres, pero su realidad fue, siempre, el tenue mundo crepuscular, o lunar, de las imaginaciones fantásticas. […]
Murió el dieciocho de mayo de 1864, en las montañas de New Hampshire.
(Fragmentos de Nathaniel Hawthorne, J.L. Borges)
Wakefield y otras alegorías
Nathaniel Hawthorne
Selección y prólogo de Ezequiel Vottero
Trad.: Lelia Chiapero, Paola Azcoiti, Gervasio Fierro, Gastón Navarro, Malena Zubizarreta y Julia Sabena.
“…alegorías: esa palabra es importante, quizá imprudente o indiscreta, tratándose de la obra de Hawthorne.” (J.L.Borges)
Nathaniel Hawthorne -admirado por Borges, Poe, Melville- compuso una obra imprescindible en la literatura norteamericana. Sus cuentos indagan conflictos morales de su sociedad mediante un estilo marcado por la ensoñación imaginativa y la pintura de las pasiones humanas.
Wakefield es el nombre del protagonista del primer relato, que se despide de su esposa por unos días y vuelve recién veinte años después, después de haber vivido ese tiempo a la vuelta de su casa, atento a lo que sucedía en ella en (o con) su ausencia.
Este volumen ofrece nuevas traducciones originales. Con selección del profesor Ezequiel Vottero, reúne aquellos cuentos en los que hay un abordaje alegórico de los conflictos, que manifiesta esa afición del autor mencionada por Borges “a la noción panteísta de que un hombre es los otros, de que un hombre es todos los hombres”.
Hawthorne nació en 1804, en el puerto de Salem. En esa vieja y decaída ciudad de honesto nombre bíblico, Hawthorne vivió hasta 1836; la quiso con el triste amor que inspiran las personas que no nos quieren, los fracasos, las enfermedades, las manías; esencialmente no es mentira decir que no se alejó nunca de ella. […]
Su padre, el capitán Nathaniel Hawthorne, murió en 1808, en las Indias Orientales, en Surinam, de fiebre amarilla; uno de sus antepasados, John Hawthorne, fue juez en los procesos de hechicería de 1692, en los que diecinueve mujeres, entre ellas una esclava, Tituba, fueron condenadas a la horca. En esos curiosos procesos (ahora el fanatismo tiene otras formas), Justice Hawthorne obró con severidad y sin duda con sinceridad. «No sé si mis mayores se arrepintieron y suplicaron la divina misericordia [-dijo Nathaniel-]; yo, ahora, lo hago por ellos y pido que cualquier maldición que haya caído sobre mi raza, nos sea, desde el día de hoy, perdonada.» […] Cuando el capitán Hawthorne murió, su viuda, la madre de Nathaniel, se recluyó en su dormitorio, en el segundo piso. En ese piso estaban los dormitorios de las hermanas, Louisa y Elizabeth; en el último, el de Nathaniel. Esas personas no comían juntas y casi no se hablaban; les dejaban la comida en una bandeja, en el corredor. Nathaniel se pasaba los días escribiendo cuentos fantásticos; a la hora del crepúsculo de la tarde salía a caminar. Ese furtivo régimen de vida duró doce años. En 1837 le escribió a Longfellow: «Me he recluido; sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir.» […]
Hawthorne se casó en 1842, es decir, a los treinta y ocho años; su vida, hasta esa fecha, fue casi puramente imaginativa, mental. Trabajó en la aduana de Boston, fue cónsul de los Estados Unidos en Liverpool, vivió en Florencia, en Roma y en Londres, pero su realidad fue, siempre, el tenue mundo crepuscular, o lunar, de las imaginaciones fantásticas. […]
Murió el dieciocho de mayo de 1864, en las montañas de New Hampshire.
(Fragmentos de Nathaniel Hawthorne, J.L. Borges)